Publicado en el nº 716 de la Revista Nuestro Tiempo (UNAV) en abril-junio 2023

SÍNTESIS

El artículo se centra en el problema de la adicción a la pornografía y sus efectos negativos, especialmente entre los jóvenes. Explica cómo la pornografía afecta al cerebro al liberar dopamina, lo que puede conducir a un aumento en el consumo y efectos similares a las sustancias adictivas. Se señalan los signos de adicción y se destaca la importancia de buscar ayuda profesional.

El artículo también enfatiza la prevención, incluyendo la restricción del acceso de los menores a la pornografía y la promoción de una educación sexual de calidad. A nivel gubernamental, se sugiere la implementación de medidas reguladoras para limitar el acceso a la pornografía y proteger la salud pública. Se enfatiza la necesidad de comunicar eficazmente el propósito de estas medidas para promover relaciones saludables.

ARTÍCULO

La pornografía es más adictiva que nunca antes y puede resultar incluso más peligrosa que cualquier droga. Genera en quien la consume una narrativa sexual de violencia y uso, y afecta a cómo se relaciona con los demás. Su impacto tiene consecuencias nefastas, especialmente en los jóvenes. Muchos de ellos se la encuentran por primera vez cuando aún creen en los Reyes Magos.

Imagínese un bosque en el que un primer excursionista ha ido abriéndose camino entre la maleza. Quien venía detrás siguió la misma senda porque la vegetación se encontraba ya un poco vencida. Los siguientes paseantes repitieron el procedimiento, y el paso frecuente acabó creando un camino que no existía antes.

Con esta imagen Morgan Bennett explica en su artículo «El nuevo narcótico» el efecto de la pornografía en el cerebro: «Crea vías neuronales que se vuelven cada vez “mejor pavimentadas” a medida que se recorren repetidamente con cada exposición. Esas vías neurológicas al final se convierten en el camino en el bosque del cerebro por donde se encaminan las interacciones sexuales». Así, se activa en las personas, sin ser conscientes, un circuito neurológico que hace que su visión de la sexualidad se rija por las normas y expectativas de la pornografía.

Este es el problema: el porno recablea el cerebro de quienes lo consumen. Y no son una minoría. En 2021 en todo el mundo, las búsquedas de material pornográfico llegaban a ciento cuarenta millones de visitas diarias; este tipo de contenidos acapara un tercio de las búsquedas de internet. Tampoco es solo una cuestión de adultos. El 90 por ciento de los menores entre ocho y dieciséis años han visitado una web porno. En España, la edad media de inicio de consumo de la pornografía es de once años, aunque algunos estudios alertan de que a veces se comienza a los ocho. 

Por lo general, los más pequeños no lo están buscando, pero se lo encuentran: en una ventana que salta en el ordenador mientras hacen la tarea, en el móvil de su hermano mayor… El consumo se generaliza hacia los catorce. Siete de cada diez adolescentes lo hacen de manera habitual, según un informe de Save the Children. Esta cifra es similar en el resto del planeta: más del 80 por ciento de adolescentes ve regularmente imágenes pornográficas, subraya el documental ¿Cómo afecta el porno a nuestras vidas?, producido por la organización Dale Una Vuelta

 Algunas voces matizan la gravedad de estos datos porque, dicen, la pornografía siempre ha existido. En efecto, siempre ha estado ahí, pero internet ha propiciado que su contenido y el modo de llegar a él haya cambiado de modo radical en las últimas décadas. El acceso online comenzó en los años noventa, pero recibió el gran empujón cuando se popularizó el streaming, a mediados de los 2000. Los expertos hablan de las tres aes: accesibilidad —siempre que quieras, donde quieras; el 22 por ciento del tiempo que se pasa en línea se dedica a la pornografía—, asequibilidad —la mayor parte del consumo es gratuito— y anonimato —ya no hay que ir al kiosco o al videoclub para ver ese tipo de contenidos…—.

El porno te cambia

A estas aes, Maria Ahlin, CEO de Changing Attitudes —una organización que lucha contra el porno y todo lo que sea sexo de pago—, añade una más, en el documental de Dale Una Vuelta: «La accesibilidad es lo que está llevando a la aceptabilidad. Afecta a la cultura y afecta a nuestras actitudes»Ahlin pone el foco en la relación entre consumo de pornografía y violencia sexual: «La investigación no afirma que todos los que ven porno violarán a alguien, pero sí muestra que han aumentado las actitudes sexuales agresivas, y esto implica un factor de riesgo para cometer delitos sexuales. Con este consumo, especialmente los jóvenes, normalizan los actos violentos»Ahlin recalca que incluso el llamado soft porn tiene un efecto en las actitudes de los espectadores y modifica cómo tratan a las mujeres y cómo se entienden a sí mismos y su sexualidad.

El 90 por ciento de los menores entre ocho y dieciséis años han visitado una web porno

«Aprender de sexo viendo pornografía es como aprender a conducir viendo Fast and Furious»: el documental contesta así de contundente a quienes defienden su utilidad para la educación sexual. La curiosidad es normal, sobre todo en los años en los que se descubre el propio cuerpo y el del otro. Por eso, los jóvenes necesitan una educación sexual de calidad, integral, que aborde también el plano afectivo, y que sean en primer lugar sus padres quienes proporcionen esa formación, porque, si no, buscarán respuestas en otro lado. 

El informe de Save the Children afirma que el 54,1 por ciento de los adolescentes piensa que la pornografía les da ideas para sus propias experiencias y a casi al 55 por ciento le gustaría ponerlas en práctica. Con el aumento del consumo, crece ese deseo de emulación, y más del 47 por ciento de los que lo ven con más frecuencia han intentado imitar lo representado. Y lo que hay en esas imágenes es preocupante: el 88 por ciento de las escenas porno muestran violencia y el 94 por ciento de ella se dirige hacia la mujer, según datos recogidos por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción. 

Lo que comenzó con unos arbustos un poco aplastados se ha convertido en autopistas perfectamente asfaltadas en las que placer y agresividad van de la mano. Al consumir pornografía se libera dopamina, un neurotransmisor que provoca la sensación de placer: se produce como recompensa cuando logramos algo y es el encargado de consolidar las conexiones neuronales que nos ayudan a realizar la misma actividad en el futuro. Por ejemplo, al disfrutar de una comida, la dopamina ayuda a la persona a llevar a cabo acciones imprescindibles para sobrevivir. También se produce en las relaciones sexuales; en este caso, los expertos explican que sirve como refuerzo no para la supervivencia del individuo sino de la especie. 

Pero la dopamina generada por la pornografía es diferente: «Cada imagen pornográfica lanza un chute de dopamina. Por lo tanto, mil imágenes pornográficas son mil chutes de dopamina, que generan un atracón en el cerebro», explica María Contreras, psicóloga, sexóloga y profesora de la Universidad de Navarra, en el documental de Dale Una Vuelta. Ante esta ingesta, «el cerebro baja el volumen de los receptores de dopamina, por lo que se necesita más estímulo para conseguir la misma sensación de placer». Esto se concreta en incrementar la cantidad de porno que se consume y prolongar el tiempo. Hay un paso más, como desarrolla Contreras: «En la medida en que los niveles de dopamina van bajando, un truco para acrecentar la excitación es añadir adrenalina, que se consigue por emociones fuertes: miedo, asco, sorpresa, shock… O sea: viendo hard porn». Este proceso conduce al recableado del cerebro, que cambia actitudes en el consumidor y le vuelve insensible frente a situaciones que antes le habrían parecido aberrantes. 

María Contreras

En su libro Salmones, hormonas y pantallas, el catedrático Miguel Ángel Martínez-González afirma que esta pseudogratificación «no solo no calma la apetencia que llevó allí al adicto, sino que la aumenta. Eso es lo que hace que vender adicciones sea un negociazo». Como el refresco que promete quitarte la sed pero al terminarlo necesitas seguir bebiendo.

Miguel Ángel Martínez-González

El catedrático y muchos otros especialistas explican que el consumo de pornografía afecta al cerebro de una manera similar a como lo hacen las sustancias químicas ilegales. Morgan Bennett la llama «el nuevo narcótico», inyectado directamente al cerebro a través de los ojos. Aunque, en su opinión, es más peligrosa que una droga física porque, mientras que estas se metabolizan fuera del cuerpo, las imágenes permanecen en la memoria, por lo que no puede darse un «periodo de abstinencia que pueda borrar los “carretes” pornográficos de imágenes en el cerebro que continúan alimentando el ciclo adictivo»

No todo el que consume porno acaba enganchado, pero los estudios señalan su potencial adictivo. Según un estudio de la Universitat de les Illes Balears, el 87 por ciento de chicos jóvenes afirmaron haber visto porno y el 29 por ciento que hacía un uso abusivo de él; de ese porcentaje, un 8,3 por ciento se consideraba específicamente adicto. Unos datos muy diferentes en las chicas: un 2,6 pensaba que se podía considerar «un poco adicta» y un 1 por ciento admitía la adicción.

Esta brecha se percibe también en su frecuencia de consumo: en el informe de Save the Children, el 68,2 por ciento de adolescentes ha visto pornografía en los últimos treinta días, y ellos consumen el doble que ellas —81,6 por ciento frente a 40,4— y casi a diario. En ese trabajo, la mitad de los encuestados califican su consumo como responsable o no abusivo. Pero un 16,6 por ciento ha dejado de realizar actividades por ver porno.

Cómo se crea un adicto

La interferencia en la vida cotidiana es uno de los indicadores que, según explicó María Contreras en la jornada «Adicciones comportamentales en un mundo digital», indica que se necesita ayuda profesional: cuando todo comienza a girar en torno a esa conducta, se desatiende a las personas queridas y otras actividades, surgen conflictos… Otro indicio es la falta de control: si se intenta dejar la actividad y no se consigue. 

En muchas ocasiones, según Contreras, el comportamiento sigue la dinámica de un círculo vicioso: la persona comienza a consumir como una vía de escape ante una realidad que no le gusta, porque esa actividad le ayuda a sentirse mejor, así que ante la emoción negativa realiza la conducta y logra relajarse, pero luego aparecen la culpa o la vergüenza, por lo que vuelve a sentir malestar y repite esas acciones como modo de evasión. 

«Con tanta dopamina dirigida por las grandes autopistas del placer sexual casi no queda dopamina que vaya por las pequeñas carreteras de los placeres de la vida ordinaria, y la persona deja de sentir alegría por lo que le rodea» — María Contreras

María Contreras

Otras dos señales que alertan de posibles dependencias, señaladas por Gemma Mestre en la misma sesión sobre adicciones, son la tolerancia —cada vez necesita más para alcanzar el mismo nivel de excitación que antes— y el síndrome de abstinencia —si no puede acceder al objeto de su adicción, la persona se pone nerviosa, agresiva o irritable—. 

¿Qué es lo que hace que algunas personas se vuelvan adictas a la pornografía y otras la consuman de modo esporádico? María Contreras explica que existen factores de riesgo que hacen que sea más fácil que la persona desarrolle esta adicción: tener una patología mental (TDAH, TOC, ansiedad, depresión), familias desestructuradas y clima de tensión en ellas, y la presencia de un trauma (el más prevalente, el abuso sexual en la infancia).

El porno contra el sexo

Hay quienes consideran que hablar de adicción a la pornografía es patologizar un hábito de consumo que cada vez es más frecuente y que, por lo tanto, lo mejor sería aceptarlo como un cambio en la sociedad. Preguntado por Nuestro Tiempo por estas objeciones, el doctor Martínez-González declara rotundo: «La frecuencia con la que se dé una conducta no la convierte en “normal” ni hace más felices o más sanos a quienes la siguen. Normal no es lo más frecuente en las estadísticas sino lo que sigue una norma. Denunciar los daños de la pornografía es simplemente ser coherente con el conocimiento biológico, epidemiológico y psiquiátrico». Recalca que en los últimos años han surgido muchos proyectos (webs, grupos de autoayuda, libros…) que tratan abiertamente de las consecuencias del consumo de porno: «Muchas de estas iniciativas han sido promovidas por exadictos. Sería cuestión de preguntarles a ellos lo que han sufrido y por qué han emprendido el combate contra esta nueva droga»

«No hay una cantidad saludable de pornografía. Cualquier cantidad ya es demasiado», afirma un exadicto al porno en la web de Dale Una Vuelta. Incluso el consumo esporádico impacta en la vida cotidiana, según los expertos de esta asociación: «La mirada se sexualiza, decae el interés por otros aspectos de la persona… […] Es un modelo de excitación egocéntrico […], no busca una actividad abierta a otros, por lo que no elimina la soledad, es una falsa sensación de compañía».

«Denunciar los daños de la pornografía es simplemente ser coherente con el conocimiento biológico, epidemiológico y psiquiátrico»

Miguel Ángel Martínez-González

La pornografía es, como señala otro de los artículos en su página«ciencia ficción del sexo». Y provoca un problema de expectativas y de comportamientos. El activista contra el tráfico de personas y la prostitución Ran Gavrieli cuenta, en una charla TEDx con más de 21 millones de visualizaciones, que en sus fantasías antes del porno «había siempre una narrativa de sensualidad y correspondencia. Después del porno perdí mi capacidad de imaginación». Comprender cómo afectaba a su vida sexual le llevó a dejarlo. 

El uso de pornografía no solo disminuye la satisfacción sexual y el interés por el sexo, sino que también daña la confianza y la intimidad de las parejas. El doctor Martínez-González recoge en su libro que la adicción al porno se encuentra detrás de un porcentaje elevado de hogares que se rompen —en algunos estudios sobrepasa el 50 por ciento—. 

Los consumidores de pornografía presentan más síntomas de depresión y ansiedad, una calidad de vida menor y una salud mental más pobre

El porno acostumbra a quien lo consume a un «sexo bajo demanda»: lo quieres, lo tienes. Las mujeres que salen en la pantalla nunca van a decir que no. No hay que esforzarse por conectar personal y afectivamente, y se da por supuesto que ellas siempre disfrutan con lo que sucede en los vídeos. Encontrarse en la tesitura de tener que competir con una actriz porno daña la autoestima de las mujeres. Muchas de las chicas que consumen este tipo de contenidos lo hacen movidas por el deseo de “estar a la altura” de eso que sus parejas están viendo. 

Con el aumento del consumo también se ha comprobado un incremento de la disfunción eréctil en los varones. Si, antes de 2010, una media de un 2 por ciento de hombres la padecía, a partir de entonces —coincidiendo con la popularización del streaming— las ratios han ascendido entre un 14 y un 35 por ciento, según recoge Gary Wilson en su libro Your Brain On Porn. Otros estudios arrojan datos similares.

«La frecuencia con la que se dé una conducta no la convierte en “normal” ni hace más felices o más sanos a quienes la siguen. Normal no es lo más frecuente en las estadísticas sino lo que sigue una norma»

Miguel Ángel Martínez-González

Los expertos también advierten que los consumidores de pornografía presentan más síntomas de depresión y ansiedad, una calidad de vida menor y una salud mental más pobre. María Contreras explica, en el documental mencionado, que «con tanta dopamina dirigida por las grandes autopistas del placer sexual casi no queda dopamina que vaya por las pequeñas carreteras de los placeres de la vida ordinaria, y la persona deja de sentir alegría por lo que le rodea, incluso ante cosas que otras veces serían un gran motivo de alegría, como el nacimiento de un hijo».

Recablear el cerebro, cambiar la mirada

Como de toda adicción, se puede salir, aunque no sea fácil. Es posible levantar los caminos fuertemente pavimentados en el bosque y crear senderos que discurran por rutas variadas y sin peligros, por donde en realidad se quiere ir y no por donde el porno ha abierto sus carriles. La neuroplasticidad del cerebro que ha posibilitado el desarrollo de los malos hábitos juega a nuestro favor a la hora de intentar conseguir otros buenos y saludables. El cerebro utiliza el sistema «use it or lose it»: las neuroconexiones que estimulas se refuerzan y desean ser activadas, mientras que las que ignoras se debilitan.

Para superar una adicción no es tan importante la motivación ni la fuerza de voluntad como la sinceridad, afirma Kevin Majeres, psiquiatra de Harvard Medical School, en el documental de Dale Una Vuelta: un anhelo sincero por cambiar «es el que empuja a la voluntad a ser capaz de sacrificar cualquier placer puntual por el bien del crecimiento y de los vínculos que tenemos con los demás».

¿Cómo afrontar las recaídas en el proceso de desintoxicarse? «Cuando la gente está muy atascada, yo les digo que lo que ha fracasado ha sido su táctica, no ellos mismos», explica el psiquiatra, y añade que gran parte del trabajo con quienes están luchando contra la adicción consiste en ayudarles a buscar nuevas estrategias. Entre esos métodos, Majeres expone que lo que no funciona es el famoso «No pienses en un elefante rosa», esconder el sentimiento e intentar suprimirlo. «Las tentaciones de volver al consumo no son más que un tipo determinado de distracción, que nos saca de la vida que queremos vivir», señala, y por eso el enfoque que propone se basa en el mindfulness, que ayuda a conseguir un uso deliberado de la atención.

La neuroplasticidad del cerebro que ha posibilitado el desarrollo de los malos hábitos juega a nuestro favor a la hora de intentar conseguir otros buenos y saludables

Con quien acude a consulta por este problema hay que plantear un abordaje integral, como expuso María Contreras en la jornada organizada por el ICS: «El consumo de pornografía es la punta del iceberg. Hay que ayudar a entender la parte oculta». La experta detalló que al paciente se le atiende desde el punto de vista biológico —algunos que desarrollan un comportamiento adictivo presentan comorbilidad (ansiedad, depresión, TOC, TDAH o trastorno del control de impulsos, entre las enfermedades más frecuentes asociadas con esta adicción)— y también se investiga la parte psicológica y los rasgos de personalidad —impulsividad, perfeccionismo, autoexigencia, falta de regulación emocional— y se trabaja sobre las actitudes a través de unas preguntas iniciales para reflexionar sobre por qué dejar la conducta. Asimismo se tiene en cuenta en el proceso la parte educativa y del entorno, dos ámbitos que desempeñan igualmente un papel importante a la hora de la prevención.

Llegar antes que el porno

Mejor que enfrentarte a tener que superar una adicción es prevenirla. A nivel individual y a nivel social. Desde la educación y el ámbito familiar, el doctor Martínez-González habla muy claramente en Salmones, hormonas y pantallas de que resulta básico retrasar el acceso de los menores a móviles con conexión a internet: «Los padres inteligentes dan teléfonos tontos a sus hijos»

Cuando NT le pregunta sobre la preocupación de muchos padres por lo complicado que resulta llevar a cabo este plan, debido a la presión del grupo, responde: «Todo lo que vale… cuesta. Requiere esfuerzos continuos y también apoyo y argumentos sólidos. Hay que ofrecer recursos a los padres: que sepan cómo plantear las conversaciones cruciales; por supuesto, también es importante crear aficiones sanas que sustituyan esa dependencia esclavizante del móvil». Pero, subraya el catedrático, «lo más clave creo que es hablar, hablar y hablar, con sinceridad, confianza y empatía». Y, junto con eso, la ejemplaridad: «Los padres pueden perder toda su autoridad moral si sus hijos les ven excesivamente dependientes de los mensajes que les llegan, enganchados a una serie o ansiosos por mirar una pantalla, en vez de mirarles a ellos cuando les hablan».

«El consumo de pornografía es la punta del iceberg. Hay que ayudar a entender la parte oculta»

María Contreras

Para avanzar en el aspecto preventivo, María Contreras mencionó en la sesión otros factores protectores, válidos para cualquier tipo de adicción comportamental. Por ejemplo, cuidar el descanso, ya que la calidad del sueño y las actividades de disfrute en el día a día ayudan a disminuir los niveles de tensión. A veces, como señaló la experta, los jóvenes no tienen un ocio estructurado y usan la tecnología para descansar. Otro muro frente a las adicciones: ahondar en el conocimiento de las propias fortalezas, cualidades y valores para construir una sana autoestima, alejada de los altos niveles de autodestrucción y autoexigencia. Aprender a autorregularse es asimismo un cimiento firme:  porque, en palabras de Contreras, «si eres consciente de tus propias emociones y de su significado, eres más libre».

Las adicciones no son solo un problema personal, sino un problema de salud pública, apunta el doctor Martínez-González. Del mismo modo la adicción al porno. Entonces, ¿por qué el Estado no hace más en este sentido cuando sí se implica, por ejemplo, contra el tabaco o los accidentes de tráfico? «Hay medidas que podrían ser muy eficaces, pero a los gobernantes les asusta perder puntos ante la opinión pública —explica el catedrático, que añade—: y tienen miedo de cómo reaccionarán las grandes corporaciones multinacionales que se hacen de oro a base de explotar adicciones y abusos en temas de sexualidad». Las cifras están ahí: el porno genera más de tres mil dólares por segundo, según el documental de Dale Una Vuelta, lo que supone noventa y siete mil millones de dólares al año (de los cuales, tres mil millones proceden de la pornografía infantil).

«Hay que actuar siempre en los dos niveles: reducir la demanda y reducir la oferta, como con cualquier adicción»

Miguel Ángel Martínez-González

Martínez-González resalta lo crucial de saber comunicar el sentido de esas medidas regulatorias para proteger la salud pública. En su libro puntualiza que no está hablando de prohibir la pornografía en general, sino de «arbitrar medidas para limitar su accesibilidad»: «Hay que actuar siempre en los dos niveles: reducir la demanda y reducir la oferta, como con cualquier adicción».

En febrero de 2023, Francia propuso un nuevo sistema de identificación digital para garantizar que los menores no puedan acceder a webs de contenido pornográfico, que quiere empezar a implementar en septiembre. En Luisiana (Estados Unidos) ya se exige un documento de identidad, y el Parlamento británico prepara una ley de seguridad en internet que obligue a las páginas de porno a verificar la edad de los usuarios.

La droga de la pornografía no va a desaparecer, pero se puede hacer mucho y desde distintas instancias para intentar acotar su campo de acción. Está en juego toda una visión de la mujer, del hombre y de la sexualidad que apuesta por proteger la dignidad de cada persona en un contexto de relaciones estables y sanas.

Deja un comentario

en portada